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Mundo24

Argentina en la encrucijada (II.)

Los países deben adoptar una política de mucha moderación en sus préstamos por parte de los organismos financieros internacionales, sobre todo si los mercados y gobiernos no hacen nada para reducir el riesgo de pedir préstamos. De esta forma, no se entra en la hemorragia de capitales que ha ocurrido desde economías endeudadas hacia organismos internacionales parásitos, problema de larga data en Argentina.

Argentina en la encrucijada (I.)

 
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Cuándo los países estén dispuestos a pedir préstamos, deberían hacer los préstamos en sus propias divisas y no en divisas extranjeras, ante la modificación en el tipo de cambio. Los costos y los beneficios de la deuda externa se distribuyen desigualmente, con aquellos a los que les va bien recibiendo mucho del beneficio, y aquellos a los que les va mal recibiendo mucho del costo. Según Stiglitz (2006) “la dura lección de los últimos 50 años es que incluso cuándo hay altos retornos sociales desde la inversión en digamos -educación, salud y caminos- es difícil para un gobierno llegar con el dinero para pagar los préstamos”, lo cual significa que los países tienen que confiar más en su propio financiamiento.

Es muy importante la capacidad de ahorro del gobierno, y también la capacidad de ahorro de las empresas, para hacer frente al repago de los préstamos y el endeudamiento. La capacidad de ahorro aumenta si los gobiernos adoptan una política de moderación en los préstamos que se soliciten desde la economía doméstica a no residentes, y si a la vez, hacen los suficientes gastos y políticas (en la educación, salud, infraestructura, etc.) que serán creadores de demanda doméstica. Según Stiglitz, los países a menudo esperan que los acuerdos comerciales atraigan la inversión extranjera e impulsen el empleo, pero como este autor remarca, las empresas observan varias áreas antes de invertir, incluyendo la calidad de la fuerza de trabajo, la infraestructura, la geografía, y la estabilidad política y social.

Por ello, la estabilidad macroeconómica que propiciaría una economía relativamente inmune a los ciclos económicos, sumada a una adecuada inversión pública en educación, investigaciones y tecnología, son mucho más eficaces como herramientas creadoras de empleo que los acuerdos comerciales por si solos, los cuales de todos modos suelen ser injustos. Los países cuyas industrias están en desarrollo, incluyendo a Argentina, deben proteger sus industrias para que estas tengan tiempo para desarrollarse, a la vez que los países deben proteger a aquellas industrias de carácter estratégico, al ser pilares de la economía de cada país.

Los países en desarrollo deben focalizarse sobre todo en aumentar la rapidez con la que adquieren la tecnología y el conocimiento que pueda equipararlos con los países más desarrollados, y no solo centrarse en aquéllos sectores donde tienen una ventaja comparativa, sino actualizar y diversificar sus productos. La pregunta de cómo cerrar la brecha de conocimiento es respondida por Stiglitz de la siguiente manera: produciendo lo que todavía no se produce. Este autor cita el ejemplo de la república de Corea, donde al principio la ventaja comparativa de este país se encontraba en producir arroz, pero cuando este país comenzó a producir acero, se vio que era posible seguir en este camino.

De hecho, el proteccionismo para las industrias nacientes era una idea popular en Japón durante los 60's y en Europa y EEUU durante el siglo XIX, por lo que los países más desarrollados de hoy en día se cubrieron bajo una barrera de proteccionismo para desarrollar sus nacientes industrias. Mediante la diversificación de la producción, y mediante la innovación, se podría exportar más y mejor, además de que se haría a las economías más estables, al poder basarse menos en los bienes primarios. Si por ejemplo las economías A dependieran exclusivamente de la producción de bienes primarios, el tamaño Per cápita de las economías más desarrolladas y diversificadas (las economías B) sería siempre más grande que el de las A.

Esto se debe en parte debido a que las B dispondrían de habitantes con mayor poder adquisitivo que tienen los suficientes ingresos para destinar un porcentaje mayor del consumo a bienes de más valor agregado, por lo que no seguirán consumiendo bienes primarios en un igual porcentaje a los que existirían en las B que experimentan niveles inferiores de desarrollo en sus economías. Además, las características de las materias primas es que son bienes homogéneos y fácilmente sustituibles, y por ello dan lugar a mercados volátiles que a la vez llevan a la inestabilidad económica producto de la vulnerabilidad de la demanda externa. Es muy importante remarcar que un sector industrial en crecimiento provee de fondos adicionales que permiten al gobierno financiar la educación, las investigaciones y las infraestructuras, lo cual a su vez genera más crecimiento, generando un círculo vicioso positivo.

Los países en desarrollo, incluyendo a Argentina con toda su gran cantidad de recursos, no deben esperar especiales concesiones de los países más desarrollados, ya que muy seguramente no las obtendrán, y esta afirmación es en base a la experiencia de los últimos tratados. Por parte de EEUU, Europa Occidental, y otras regiones económicamente desarrolladas, a los mismos no les interesaría perder el beneficio de sus barreras estatales, como forma de acumular capital a expensas de los pueblos menos desarrollados económicamente, siendo estos últimos pueblos con los que una verdadera integración sería una forma en que el mundo desarrollado reparta el pastel más de lo que está dispuesto a hacer.

Graciarena, en su trabajo titulado “La reconstitución del Estado”, nos dice con respecto al surgimiento de esos estados lo siguiente: “El nuevo tipo de Estado que fue surgiendo sobre la marcha de los acontecimientos generados por la crisis, sin una preconcebida fórmula ideológica que lo enmarcara y orientara, era en parte un producto híbrido que combinaba rasgos diversos, algunos de los cuales constituían una novedad frente a sus congéneres europeos.” Estos estados no podían ser estados verdaderamente sociales que respondieran a las demandas de sus individuos, y por ende favorecieron políticas como “el crecimiento hacia afuera”, la perpetuación del modelo agrícola, la ultra explotación, y la penetración extensiva del capital extranjero en lugar del desarrollo de la industria que se origina en el propio país.

Con respecto a la integración entre los países que componen los pueblos en desarrollo, muchos procesos de integración entre países en desarrollo y otros países en desarrollo han sido fracasos, ya que cada uno de estos países tiene sus propios intereses estatales que defienden a uñas y dientes. Unos ejemplos claros son lo que ha ocurrido en Sudamérica con el MERCOSUR, la debilidad de la integración africana, la rivalidad entre China e India, o entre China y Vietnam, etc. Esto es porque el mundo subdesarrollado y las economías emergentes, si bien comparten su condición de subdesarrollo o de emergentes, engloban dentro de si realidades étnicas, religiosas, históricas, y económicas muy diversas.

Muchos analistas modernos parecen olvidarse que dentro del mundo subdesarrollado hay muchos submundos, e incluso hasta podría hablarse de un tercer mundo del tercer mundo, si tomamos en cuenta la dramática realidad de los pueblos más pobres del planeta. El mundo subdesarrollado tiene una gran ventaja sobre el mundo desarrollado que se hará más evidente en las próximas décadas: su enorme importancia demográfica, y como ocurre en el caso argentino, el hecho de que concentran los principales recursos naturales. Estas ventajas pueden ser explotadas correctamente por los países en desarrollo, tan así que no necesitan de una radical integración económica si estos países aprenden a utilizar el talento de sus poblaciones y el resto de recursos con que la naturaleza les proveyó, como una materia prima para edificar una economía que no solo esté basada en lo anterior.

Por ello, deben apostar a la industrialización y diversificación crecientes, para lo que se necesita una mano de obra con la suficiente habilidad, una adecuada inversión pública en educación, infraestructura e investigación, y una reducción de la desigualdad en los ingresos. Se deben volver más competitivos a los países mediante una mano de obra más calificada, capaz de aumentar simultáneamente el tamaño del mercado interno, la industrialización, y la competitividad de los bienes y servicios.

Esto sirve para aumentar la soberanía y estabilidad económica frente a los shocks externos y la competitividad frente a otros países, y también para evitar la depresión de los salarios en el sector menos calificado, ante la gran demanda laboral de los más pobres. La expansión del sector de ingresos medios generará inevitablemente una expansión en la demanda del trabajo más calificado, en detrimento del tamaño de aquél sector de trabajadores poco calificados que subsisten en condiciones más precarias. Los sectores laborales más calificados deben ser absorbidos por industrias en expansión, y así la mayor calificación de la fuerza laboral empujará los salarios hacia arriba y por ende la demanda agregada (el aumento de la demanda agregada retroalimenta a su vez el aumento en los salarios), mientras aumenta el tamaño del mercado interno y por ello la estabilidad económica frente a los shocks externos producto de la dependencia con el comercio exterior.

Una buena calificación de la mano de obra hará posible una mayor industrialización y competitividad de los bienes y servicios, volviendo a las economías más fuertes y competitivas. La creación de empleos que requieren de baja calificación, y que en las sociedades modernizadas se encuentran notablemente en el sector de servicios de la economía (el cual requiere de mano de obra poco calificada), debe cederle lugar a la ampliación de un sector de trabajadores con especial calificación, polivalencia y multifuncionalidad, capaces de ejercer trabajos intelectuales especiales. Uno de los aspectos elementales en los tratados se relaciona con las patentes.

Algunos tratados suponen restricciones en materia de patentes, marcas, diseños industriales, indicaciones geográficas, y la obtención de vegetales. Es sumamente riesgoso el patentamiento extranjero y los tratados que suponen aumentar este patentamiento, ya que impide copiar y adaptar la tecnología de otros países. Argentina debe crear sus propias tecnologías, como ha hecho de forma exitosa en muchas áreas, y debe luchar contra el patentamiento extranjero de las tecnologías, de modo que pueda absorber de la forma mas rápida posible los avances tecnológicos hechos en el extranjero.

Sin tomar medidas tan esenciales como las mencionadas, las promesas de Milei serán solo eso, promesas, y no veremos más que una continuación de la actual movilidad social descendiente que hay en Argentina, con un gran problema en torno a que la pobreza se concentra en los sectores más jóvenes, aquellos que representan el futuro del país, si es que la Argentina aún tiene futuro. Pero recordemos, Argentina es una tierra llena de recursos no solo naturales, sino humanos, y todo depende de un cambio radical en la naturaleza institucional de la Argentina, donde la corrupción lamentablemente siempre ha estado presente, y esto es incompatible con un desarrollo sostenible.

Sea esta corrupción de izquierda, de derecha o de centro, la misma debe ser combatida a capa y espada hasta ser completamente desterrada de las instituciones publicas, junto con la cada vez mayor incidencia del nefasto narcotráfico y toda clase de actividades criminales que permean el estado argentino desde hace ya décadas.

Artículo escrito exclusivamente para www.mundo24.info (www.mundo24.online)

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Diego Daniel García, es un antropólogo e historiador con especial interés en acontecimientos pasados y actuales relacionados con la gran historia de los pueblos eslavos y el cristianismo ortodoxo, y también la geopolitica actual con gran detalle en las consecuencias de eventos históricos y las condiciones en las esferas de influencia mundiales. Durante toda una década, trabajó como escritor, publicando títulos en ingles (bajo el pseudonimo Pyotr Volkov). El largo recorrido expresado a través de sus dos obras: “Horizontes de la cuarta Teoría Política” (2019) y “Geopolitica del Apocalipsis” (2020)· abarca desde las religiones antiguas, el desarrollo de la ortodoxia cristiana y filósofos contemporáneos como el polémico pensador ruso Aleksandr Dugin, con quien García mantuvo correspondencia, y cuya provocativa Cuarta Teoría Política es una invitación a la creación de nuevas alternativas en el camino hacia la salvación humana a través de la redención civilizatoria.

García es graduado en antropología por la universidad estatal de Uruguay y ha publicado artículos en idioma ingles y serbio para el famoso portal ruso geopolitica.ru.

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